El tráfico ilegal de antigüedades es peligroso, más peligroso cuanto más te acercas a los países de producción. Al final las piezas acaban en un salón elegante, pero el origen es complicado. Cuesta vidas, pero como son vidas anónimas no reciben ni una mención en la prensa." Así de contundente se muestra el arqueólogo Joaquín María Córdoba cuando habla del mercado negro del arte.
Sabe de lo que habla. Córdoba es miembro del comité de la Unesco para el patrimonio de Iraq. Ha sido director de varias excavaciones en este mismo país, o en otros como Siria. Pero ha cambiado la biblioteca de Bagdag, donde trabajó durante años, por un despacho en la Universidad Autónoma de Madrid, donde imparte clases de Historia Antigua.
"No tengo datos así que no lo puedo asegurar, pero tengo la certeza de que en Siria se está produciendo un expolio en estos momentos" asegura Córdoba. Así es como funciona. Los momentos de inestabilidad política y social, como el que vive en estos momentos el régimen de Bachar el Asad, son aprovechados por los mercenarios y las mafias para expoliar el patrimonio artístico. "Hay que tener en cuenta que se mueve mucho dinero aquí" asegura Córdoba "el tráfico de arte y antigüedades supera por renta el del tráfico internacional de drogas." Los yacimientos excavados en el desierto no están catalogados. Sus piezas se pueden sustraer y vender sin que sea posible determinar legalmente su procedencia. Esto es lo que probablemente este sucediendo en estos momentos.
Entrar en un museo y robar sus piezas es más complicado. Pero también se hace. Sucedió en el museo de Bagdag en 2003. "El saqueo del Museo Nacional de Iraq es quizá el caso más famoso" asevera Córdoba, "pero el daño real al patrimonio iraquí no se hizo allí. Llevaba produciéndose muchos años. Desde la primera guerra del Golfo, a principios de los noventa." Miles de objetos en esa época desaparecieron. Después, con el bloqueo se produjo la degradación del entramado social, y la situación de extrema pobreza llevó a que se produjera algo inédito hasta entonces: el saqueo masivo y la venta del patrimonio de los yacimientos iraquíes."
La ruta negra del arte
Pero, ¿qué ruta siguen estas piezas para acabar en las casas de los poderosos o en las salas de los museos más importantes de occidente? ¿De qué subterfugios se sirven para revestir de legalidad la procedencia de unos objetos robados? La respuesta es más sencilla de lo que cabría esperar. Jose Ignacio Tremiño es jefe del departamento de protección histórica de la Junta de Andalucía y es director del conjunto arqueológico de Carmona. Asegura que las piezas no documentadas en un museo, las piezas expoliadas en excavaciones y yacimientos, se pueden vender fácilmente a través de la red. Internet, con sus portales de compra-venta ha atomizado mucho el mercado y ha facilitado que compradores y vendedores se pongan en contacto. La procedencia de estas piezas es difícilmente demostrable, y en cualquier caso siempre se puede argumentar que se han comprado de buena fe. Pero siguen siendo ilegales. Para acabar de revestirlas de legalidad falta un paso básico.
"Las casas de subastas funcionan como lavanderías. Ahora menos porque se está intentando poner coto a estas prácticas, pero históricamente han funcionado así. Hasta ellas llegaban piezas ilegales que cuando salían de sus puertas, con un nuevo dueño y un contrato bajo el brazo, se convertían en legales." Según varios expertos, los museos y las casas de subastas se nutren en gran medida de estas piezas robadas. Según Tremiño, cuando en un museo vemos piezas etiquetadas como adquisiciones, es más que probable que provengan del mercado negro.
Zafar Paiman asegura que los todos los objetos que han llegado de Afganistán al Musée Guimet de París, donde trabaja, lo han hecho en virtud de acuerdos entre los dos gobiernos. Sin embargo cuando se le pregunta por cómo trabajan otros museos, se muestra ambiguo respecto a la forma en la que adquieren sus piezas. Dice que "por otros medios" fuera de las excavaciones o los acuerdos bilaterales.
Paiman tiene una doble visión del conflicto. Él es afgano, ha estudiado arqueología en Kabul, pero trabaja en un museo occidental dedicado al arte centroasiático. No es partidario del expolio ni siquiera de aquel perpetrado en la antigüedad y mantenido hasta nuestros días. Está dirigiendo la reconstrucción de un templo budista en Kabul. Dice que es igual al de Bamiyan, aquel que volaron por los aires los talibanes en 2001. Para evitar que esto vuelva a ocurrir, el templo está custodiado por la propia población afgana día y noche. Y para evitar dice, posibles pérdidas de patrimonio... la reconstrucción se hace in situ y "solo la llevan a cabo ciudadanos de Kabul."