Uno de los aspectos más desconocidos de la mística peninsular es de del voto de tinieblas o emparedamiento en vida, una práctica generalmente llevada a cabo por mujeres piadosas que abandonaban la familia para adoptar una vida contemplativa, de mortificación y oración, para lo cual se recluían en un ínfimo habitáculo adosado a un templo, con el ... que se comunicaban por algún pequeño hueco que les permitía seguir los oficios religiosos; otra rejilla, abierta al exterior, permitía la entrega de los alimentos que les proporcionaban las propias familias o los fieles, quienes veían a estas mujeres como insignes devotas que abandonaban el mundo para orar por la comunidad a la que pertenecían.
El recinto solía ser reducidísimo e insalubre, por lo que a menudo la persona que lo habitaba terminaba llevando una penosa vida de enfermedad. No es fácil discernir desde la óptica actual el porqué de este comportamiento extremo de encierro, puesto que han sido muchas las razones que se han dado popularmente para explicar el emparedamiento de las mujeres: desde motivos de índole religiosa, que las adscriben a un misticismo extremadamente elevado, hasta los más mundanos, como sería el de abandonar una vida familiar que las sometía a los dictados del varón, no queriendo tampoco pasar a depender de una vida conventual, reglada, generalmente, también por hombres. Esta vida eremítica trasladada a las ciudades por las muradas tuvo su final en la prohibición del emparedamiento que la Iglesia católica hizo a finales del siglo XVII, posiblemente debido a la creciente fama que las muradas iban adquiriendo de consejeras e incluso sanadoras.