La leyenda de la papisa Juana justificó la creencia popular en un rito que conjuraba el miedo a que la mujer contagiase lo sagrado. Se trata del ritual en el que, supuestamente, se verificaba que el reciente papa electo poseía genitales masculinos, asegurándose así de que la historia de Juana no volvía a repetirse. Concretamente se trataba de dos sillas idénticas con el ... asiento perforado y realizadas en un preciado mármol de tono anaranjado que recuerda bastante al pórfido. Los asientos tuvieron un uso litúrgico real en la ceremonia de investidura del papa desde el año 1099 hasta el siglo XVI, momento en que fueron relegadas al palacio de Letrán. Posteriormente, en el siglo XVIII Pío VI las llevó al Museo del Vaticano, donde aún puede verse una de ellas; la otra fue llevada a París por Napoleón y se conserva actualmente en el Louvre. El auténtico uso ritual de estos asientos es incierto, puede que fueran simplemente sillas curules donde se simbolizaba la toma de posesión del gobierno eclesiástico, tal como sugiere un escrito sobre la ceremonia de 1099. En cualquier caso, la opacidad del rito y la peculiaridad de la forma de los asientos suscitaron curiosas elucubraciones. Se pensaba que el papa debía sentarse en una de las sillas, mientras que un diácono comprobaba la naturaleza de su sexo. Tras la prueba, el diácono pronunciaba una conocida fórmula: ‘Duos habet et bene pendentes’ (‘Tiene dos y bien colgantes’).
Representación en un grabado del siglo XVIII de la comprobación genital del papa en la ‘sella stercoraria’